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Entradas del foro
malbec1999
reincidente
05 jun 2024
In LETRAS JUNTADAS
Donde convergen Rivadavia e Hipólito Yrigoyen se alza el 4500. No es un edificio común, basta contemplarlo para percibir esa singularidad. Entre las antiguas paredes de sus siete pisos transcurrieron vidas y momentos, historias y tragedias, por más de cien años. En la cúpula que lo corona se soñaron mil sueños. A veces, si se ejecutan ciertos rituales secretos, los habitantes que pasaron por sus amplios ambientes e innumerables balcones aparecen y desafían la memoria de los vivos, que son cada vez menos. Cada tanto uno de nosotros vuelve a casa, saluda a los mayores y se queda para siempre.
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malbec1999
reincidente
01 jun 2024
In LETRAS JUNTADAS
En un garage de la calle Bacacay había un submarino. Rolando, el hijo menor, era un entusiasta del mar y sus misterios y el padre, ingeniero él, decidió construirle un aparato como los de los documentales de Jacques Cousteau. Cuando los conocí el proyecto estaba bastante avanzado, solo faltaban el motor y algunos detalles, entre los cuales uno no menor era trasladarlo desde el barrio de Flores hasta alguna localidad con mar. Nunca supe si lo lograron. Tal vez ahora mismo Rolando, ya encanecido, continúe en el garage frente a los comandos de su nave, esperando que suba el agua.
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malbec1999
reincidente
30 may 2024
In LETRAS JUNTADAS
Hola Alejandro.
Anoche soñé con vos otra vez. Me desperté con una buena sensación, fue como si hubiéramos estado charlando de verdad, como antes. Vos estabas igual que en los 90, yo no. Yo me veía como ahora, como creo que me veo ahora, o eso me pareció dentro de lo que uno puede recordar de un sueño. Lo que sí me quedó grabado fue que en esa charla nocturna me preguntabas por todos, querías saber qué había pasado durante tu ausencia, y yo te decía que te iba a escribir para contarte. Y aunque no sé hasta qué punto una promesa hecha en un sueño es un compromiso que se debe respetar, voy a tratar de cumplir.
Dadas las circunstancias, voy a hacerlo a la antigua. Se siente extraño escribir otra vez en una hoja de papel con renglones, usar una lapicera. Ya casi no se hace, sabés, hoy todo es digital. Las palabras se tipean y se corrigen en pantallas, aparecen y desaparecen apretando un botón. Ya no reflejan la luz, las letras mismas son fluorescentes. Pero no tendría sentido mandarte un correo electrónico. ¿A dónde te lo iba a mandar? Si vos te fuiste hace treinta y pico de años, cuando toda esto de las redes y la comunicación instantánea no existía. Nunca tuviste una casilla de mail, no llegaste a ver esas cosas. Así que por ahora en papel te escribo y en papel te lo haré llegar, si tal cosa es posible.
Y es que es muy difícil, porque para empezar necesitaría una dirección, un lugar. En todos estos años nunca quise volver a pasar por donde te dejamos. Ya ni siquiera sé si seguís ahí aunque conservo en la billetera la tarjetita con las indicaciones que nos dieron el día que te fuiste. Pero nunca volví, ¿para qué? Con los chicos decíamos que ese no era tu lugar, que si te habías quedado en algún lado tenía que ser en tu casa, o en el bar de enfrente del colegio. Aquella mañana de Noviembre fuimos todos juntos, incluso con Laura, en el Renault, siguiendo el cortejo, y Jano dijo que vos no ibas adelante, no ibas en el auto negro. Que seguramente estabas con nosotros, apretujado en el viejo cacharro. “Debe ser más cómodo allá”, dijo el bestia de Pedro. Nos reímos un poco, me acuerdo, entre tanto llanto. Éramos jóvenes.
Así que no te fui a visitar nunca, no volví, y en los primeros meses que siguieron escribí bastante, y te escribía a vos. Fue una forma de hacerte compañía, o vos a mí en realidad. Si ya no podíamos conversar mientras preparábamos algún parcial o tomábamos un café, el juego de imaginar lo que dirías ante cada situación fue una forma de traerte para acá. Esas palabras no se decían pero quedaron escritas en hojas amarillentas mecanografiadas en la vieja Olivetti y a algunas todavía las conservo. Otras las tiré, como conversaciones que uno se va olvidando.
Esas páginas no las leyó nadie, me las guardé para mí. Cada tanto las releo pero nunca las compartí, ni siquiera con nuestros amigos. Eran algo entre vos y yo, y después de un tiempo dejé de escribir sobre eso. Pasaron los años y cambiaron muchas cosas; lo que en algún momento te obsesiona y te parece que es lo más grave que te pasó o te va a pasar se va diluyendo. La vida te distrae a cada rato con otras urgencias, a veces importantes, a veces no tanto, pero la verdad es que no puedo quejarme. Hoy que te escribo de nuevo todo es distinto, dejame que te cuente que al fin y al cabo es lo que me pediste.
En los primeros meses, casi año o año y medio te diría, estuvimos todos muy unidos, incluso con Laurita. Nos hacíamos compañía y hasta hubo un par de viajes en banda a la costa, todos apretados en el Renault. También pasamos algunas veces por tu casa a saludar a tu vieja. Nos daba algo de tomar y hablábamos un rato. Se ponía contenta de vernos, creo; estaba siempre abrazada a tu perro. La obsesión mía en esa época era no olvidar, no olvidar nada, nunca. Yo les decía siempre a los otros (menos a Laura, a ella no porque se ponía mal y lloraba mucho) que la memoria era lo que quedaba en pie, siempre, y que entre todos y cada uno, con nuestros recuerdos, podíamos hacer casi que estuvieses ahí, en la mesa del bar como siempre. Hablábamos mucho de vos en esos primeros años. Después ya no tanto.
Es que fuimos creciendo, eso no se puede evitar y aunque uno no quiera el pasado se va desenfocando. De a poco, sí, y medio que no te das cuenta de tan de a poco que sucede, pero cambiás. A Laura le fuimos perdiendo el rastro así, despacito. Con naturalidad, sin ceremonias, la dejamos ir y un día ya no supimos nada de ella. Todos, más tarde o más temprano, seguimos adelante: nos recibimos o no, cambiamos de carreras, de trabajos, nos mudamos, formamos parejas y familias, tuvimos hijos. Ya no nos vemos tan seguido. Muy poco en realidad, pero vos te reirías mucho con las historias que surgieron desde de que te fuiste. Verías que cambiamos, pero en el fondo cada uno conserva la esencia de lo que era de chico. El que estaba loco sigue medio loco aunque ahora parezca un profesional responsable y el que era un soñador sigue soñando aunque cada vez tenga menos margen para fantasear. Vaya a saber en qué andarías vos si no te hubieses quedado en el camino. A veces pienso en eso.
Ahora tengo estas hojas de cuaderno para darte; en la letra despareja se nota que hacía mucho que no escribía a mano. Pero no estoy seguro de dónde dejarlas. En la calle en la que estaba tu casa hoy solo hay edificios de departamentos que por supuesto no tienen un buzón para los recuerdos. Tal vez se las lea a mis hijos, ellos saben quién fuiste porque muchas veces les hablé de vos. Me gusta pensar que dentro de un tiempo, de alguna forma indirecta, ellos también puedan recordarte o evocar una anécdota donde hayas estado presente, aún sin haberte conocido. Quién te dice, capaz que para entonces estemos todos juntos otra vez, en algún bar, conversando como antes.
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malbec1999
reincidente
17 mar 2022
In LETRAS JUNTADAS
La máquina del tiempo tiene un delicado mecanismo de relojería y un plato que gira a velocidad constante. Cuando su brazo metálico se levanta con un suave chasquido el complicado sistema de ruedas, motores y palancas se pone en funcionamiento, iniciando ese proceso inexplicable que lo va a arrancar del presente y lo va a llevar a otra época y a otro lugar. La máquina no es nueva. Fue hecha en un país lejano hace ya más de tres décadas encima. Algunas marcas en la carcasa delatan ese recorrido que sin duda no estuvo exento de malos tratos. Porque una máquina que ha pasado por varios dueños podría contar seguramente un poco de todo. Tal vez recordaría, si las máquinas pudiesen recordar, a propietarios cuidadosos, solícitos custodios de su aceitado funcionamiento, y también a otros algo indolentes y bruscos, torpes operadores que la dañaron sin mucho remordimiento. Pero una máquina noble siempre merece encontrar al final de su camino una restauración, un propósito y una nueva vida. Como en este caso. El la tiene instalada en la sala de lectura, en un estante de la enorme biblioteca adosado especialmente para sostenerla. Debajo, prolijamente ordenados, una centena de discos. Ese es su lugar en la casa, el refugio personal que reconquistó cuando los hijos crecieron y tomaron sus propios rumbos. Desde la llegada del dispositivo pasa algunas horas allí todas las noches, contemplando las rotaciones del plato iluminado y dejando que la magia que surge de los parlantes lo despegue del hoy y del acá. Viajando. El viaje puede cambiar según su estado de ánimo y según la elección del medio, porque la máquina sola no decide el destino del viajero. Es éste el que pone en ella un recuerdo hecho de plástico, una rebanada de pasado, y luego la máquina hace lo suyo. No se trata solo de la música, ya que eso lo podría encontrar en otros formatos. Más prácticos, le dicen algunos, y él sonríe… ¿Qué sabrán esos? No, no es así de sencillo. Viajar como viaja él requiere de una combinación de varios sentidos, una ceremonia que sin el aparato que tanto lo fascina no haría más que recordarle alguna cosa u otra, como quien mira una foto. Esto es diferente. La máquina es necesaria no solo para reproducir sonidos: la contemplación de sus formas y sus movimientos forma parte indivisible del proceso. El, el viajero del tiempo, la mira y disfruta tanto de la belleza de esas piezas que se mueven con la precisión de un reloj suizo como de absorber los acordes que destilan. Montado sobre lo que ve, lo que toca y lo que oye camina hacia algún momento ya lejano de su vida. Muchas veces lo acompaña un vaso de whisky. Se sienta en el viejo sillón trago en mano y viaja. Viaja hacia atrás, muy atrás. Vuelve a lugares que ya no existen y se encuentra con personas que ya no están. Los discos son un pasaporte, un ticket de salida hacia esas dimensiones del pasado. Los conservó todos estos años en un rincón, retazos de un siglo extinto de los que no había querido desprenderse. Hoy recoge los frutos de su porfía. Es que ahora, gracias a ellos y a esta máquina perfecta que los reproduce, puede regresar por un rato a la vieja casona de su adolescencia. Está sentado de nuevo en el gastado piso de roble, la espalda contra la pared, y conversa con sus amigos como antes; se siente otra vez como si todos los episodios de su vida estuvieran aún por escribirse. Cuando los últimos ruidos metálicos del mecanismo de retorno del brazo cesan el silencio envuelve la casa. El plato todavía da unas vueltas antes de detenerse del todo. Se levanta no sin esfuerzo, se sirve una segunda copa y busca otro disco en la estantería colmada. No es tan tarde y es sábado. Queda tiempo para algún viaje más.
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malbec1999
reincidente
10 mar 2022
In LETRAS JUNTADAS
Las estelas de luz del cielorraso, mi primera visión de la mañana. Luego el ventanal, la enredadera verde que resiste la fuga del verano. El desayuno breve, unas palabras, un café que me llega de tu mano. Y tus sueños de anoche, como un cuento que escucho fascinado. Otro momento. Otro café. El ruido de niños que despiertan, las ruedas que se van poniendo en marcha de otro día. El diario de hoy, banal, sobre la mesa con noticias de ayer que ya sabía. Un beso, una caricia. Despedida. Y una pantalla oscura, todavía.
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malbec1999
reincidente
06 mar 2022
In LETRAS JUNTADAS
La mujer entró a la sala caminando descalza, silenciosamente. Tal vez fue por eso que el hombre que ocupaba el sillón frente a la pantalla no se movió hasta que sintió el frío del metal contra su sien izquierda. Giró apenas los ojos hacia ese lado y llegó a decir: - ¿Eh, qué hacés...? El estampido del escopetazo resonó con fuerza en todo el departamento. Los dos caños se dispararon simultáneamente sobre el parietal y la cabeza se sacudió y se deformó grotescamente por la fuerza de la explosión. Sin poder contener esa fenomenal descarga de energía, el cráneo se abrió por el lado derecho y estalló desparramando una lluvia rosada de fragmentos de hueso y cerebro que bañó las paredes y la ventana del lado opuesto. Los cristales y la cortina quedaron salpicados de gotitas rojizas y ella recordó con cierta molestia que los había lavado el día anterior. El cuerpo se volcó hacia el costado, cayó sobre el apoyabrazos y tembló espasmódicamente unos segundos antes de rodar hasta el suelo y quedar allí, inmóvil. La mujer dejó caer el arma al lado del muerto y retrocedió un par de pasos. Se asombró de la tranquilidad que sentía, observaba todo con la satisfacción de quien ha finalizado una tarea largamente postergada. En su cabeza la escena seguía adelante y se desarrollaba dividida en dos sectores claramente diferenciados. En el izquierdo, donde ella estaba parada, nada difería de la rutina de todos los días, con cada cosa ubicada prolijamente en su lugar, mientras que en el lado derecho, que en su esquema mental comenzaba a partir del cuerpo inerte, todo era desorden y suciedad, un pandemonium de manchas desparejas y trozos de tejido sanguinoliento. Inconcientemente dio otro paso hacia atrás, como para reafirmar su pertenencia al orden y a la prolijidad. Se cruzó de brazos y comenzó a considerar las opciones que tenía por delante. Lo primero que se le ocurrió fue ponerse a limpiar aquel desastre de inmediato, pero descartó la idea al segundo. Ni loca se pondría a fregar ese enchastre. Y además la culpa era de él, ¿o no eran acaso su cerebro y sus líquidos los que estaban diseminados por ahí? Miró al muerto y se maginó un diálogo que, tal vez, pronunció en voz alta. - Levantate ya y limpiá tus porquerías. - Limpiá vos, loca de mierda, vos ensuciaste todo. - Pero ese es TU cerebro, el mío está en su lugar. - Al pedo está, si no lo usás. - Hijo de puta, sorete, limpiá o te disparo de nuevo. - Dale, tarada, tirá. Solo vas a enchastrar más. Sos una imbécil, siempre fuiste una imbécil. Y se dio cuenta de que, aún en esa discusión imaginaria, el muerto la seguía jodiendo porque estaba un poco en lo cierto: él no iba a hacer nada y la tarea desagradable era toda de ella. Pero limpiar todo eso ni loca, nunca, pensó. Ya estaba hasta la coronilla de limpiar la mugre del otro. Entonces se le ocurrió que podía llamar a la señora del encargado de enfrente. En algunos departamentos la contrataban para tareas por horas y una vecina le había dado buenas referencias de su trabajo. Además ya la conocía, la había cruzado muchas veces por la calle o en el mercadito. Claro que aunque la conociera iba a ser complicado hacerla pasar sin que hiciera preguntas, o peor aún, sin que se pusiera a gritar como una loca cuando viera la sangre, los huesos y el cadáver sangrando. Porque ahora notaba que de la cabeza destrozada seguía saliendo sangre y en la parte izquierda, el sector sucio, el que era de él, una mancha oscura se extendía sobre el piso. Tal vez había que pensar primero en sacar el cuerpo de ahí. Si no, iba a ser imposible lavar todo eso.Igual suponía que el sangrado tenía que detenerse de un momento a otro, no recordaba exactamente pero en la escuela le habían enseñado que un cuerpo humano contiene tres o cuatro litros o algo así. Ya no quedaría mucho, sobre todo considerando que por lo menos un primer litro ya había salido volando junto con los sesos. Ese volumen ahora estaba repartido en cientos de puntos rojos todo por delante de ella, como en una caleidoscopio. En la otra mitad de la sala. Volvió a pasar la vista por la parte izquierda, su lugar, y notó algunas salpicaduras en el suelo, cerca suyo. Se agachó y las frotó con un mantelito que tomó de la mesita ratona. Buscó más manchas, encontró algunas y las borroneó con el pedazo de tela hasta que desaparecieron. Miró satisfecha a su alrededor, arrojó el mantelito sucio al otro lado de la sala y volvió sobre sus pensamientos. Se le ocurrió que podía evitar el fastidioso asunto de la limpieza si dividía el ambiente con un tabique o una cortina. Algo que ocultara de su vista la parte desagradable de la escena. Perdería luz, porque la ventana quedaría del otro lado, eso era una desventaja, pero enseguida cayó en que también la puerta de entrada estaba ahí. Si resolvía el tema así, aislando la zona desagradable, se iba a tener que quedar adentro sin salir. Y los que estaban afuera no iban a poder entrar. Y aparentemente querían hacerlo, porque en ese momento alguien empezaba a golpear la puerta con vehemencia y a tocar el timbre. Claro, del otro lado, en el palier, la puerta está limpia, por eso quieren entrar, pensó. No saben lo que les espera acá adentro. Si el departamento tuviera una entrada de servicio todo este fastidio no sería necesario. Y todo por disparar desde este lado, de derecha a izquierda hubiera sido mejor. O desde atrás. Pero miró el televisor donde el partido de fútbol seguía su desarrollo y se alegró de no haber elegido esa opción. Era muy caro ese televisor. No, pensó, lo mejor hubiese sido al revés, desde el otro lado. El laguito de sangre ya había llegado hasta la puerta sucia por un lado, limpia por el otro. O ya no tanto, porque escuchó un chillido afuera y los golpes se renovaron, más fuertes. Se sentó en el otro sillón, el que no estaba sucio, y cambió de canal.
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malbec1999
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