Un afiche, una película, un recuerdo, un lugar, una historia
Junta las piernas, alinea los pies, traba los dedos en el borde rugoso. Con el cuerpo, dibuja un movimiento suave y acompasado, adelante, atrás, las manos acompañan en dirección opuesta, atrás, adelante, ritmo y balance. Arquea la espalda, flexiona las rodillas, extiende los brazos adelante y arriba, hay un instante de aferrar los pies al piso para darle más impulso al salto. Salta, con la fuerza justa. El cuerpo viaja en una curva suave hacia el agua, los ojos fijos en la superficie, la cabeza firme entre los brazos. Las manos cortan el agua, rompen la película y el cuerpo sigue siempre hacia adelante. Entonces, todos los ruidos se juntan en uno solo, sordo e indescriptible, los ojos cerrados, y después el silencio, los ojos abiertos, hacia adelante una, dos, tres veces y recién cuando se extraña el aire hacia arriba, surgen las manos, los brazos, la cabeza y los hombros.
[Si pudiera estar segura de que hay una pileta cada vez que quiero zambullirme, no tendría tantas dudas. Me tiraría de cabeza. Si supiera que puedo dejar de nadar cuando yo quiero y pudiera salir y simplemente darme una ducha y volver a mi vida, andaría por todos lados con la malla debajo de la ropa].
Después de toda una vida de zambullirse, ese último sonido que no sabemos describir, te avisa si entraste bien o entraste mal, si vas a ganar metros volando paralelo y al ras de la superficie, o si vas a hundirte y derrochar unos cuantos segundos para subir. Antes de volver a hundirte, antes de volver a probar hasta dónde te dan los pulmones, ya sabés que entraste bien, que cubriste una aceptable distancia de vuelo, que esas cosas que aprendimos y practicamos hasta agobio quedan incorporadas porque son imposibles de olvidar. Como todo, siempre.
[Gonzalo es una vida en la playa. Arena, sol, tragos de colores. Desafiar las olas desde la orilla. Meterme al mar para refrescarme y de vez en cuando bucear un poco entre las piedras para nunca olvidarme de que hay todo otro mundo debajo del agua]
Abajo otra vez. Agua todo alrededor, el universo azulverdoso. Ahí abajo las ideas se aceleran porque el silencio las concentra. Podemos tomar las decisiones más difíciles ahí adentrobajo del agua, de cualquier tipo de agua, porque la mente vuela a la velocidad del impulso que le diste a la salida, se focaliza en esa sola idea y todo lo demás se aleja. Cuanto mejor entrás, más velocidad, menos roce, más distancia desde el borde y desde el mundo, menos aire derrochado, más ventaja, menos desgaste, más posibilidades.
[Ernesto es una hora de nadar en el mar abierto, sin playa a la vista, sin una tabla anudada al tobillo, sin un borde en el que apoyarse para dar la vuelta. Sin un bote para refugiarme cuando me canse del agua salada, del olor a océano, del sol implacable. Sin nada. Nadar y saber que en el fondo, donde quiera que esté el fondo, hay una quijada dispuesta a morder sin medir las consecuencias, una mordida que no va a pedir permiso ni detenerse en precauciones. Una mirada cuchillo que no se va a detener hasta poder saborear la sangre].
Un largo completo con el impulso y todavía queda resto. Las manos tantean la pared celeste, el cuerpo las piernas se encogen, gira, los brazos adelante, la fuerza sale de las piernas y la cintura, las rodillas hacen el impulso acolchado por el agua, el cuerpo vuelve a extenderse y otra vez. Brazada, patada, brazada y el cuerpo sale hacia adelante. Los pulmones alcanzan casi hasta el otro borde, la cabeza busca arriba, corta la superficie, el pelo chorreado, el agua pegada a la cara los ojos, la boca se abre para ayudar a tragar aire luz ruido mundo.
[Desde la seguridad de la playa, mirás allá cerca del horizonte y el mar siempreverde parece llamarte con su voz de sirena. Es una canción pegadiza que no podés sacarte de la cabeza y repetís una y otra vez hasta que te decidís y corrés al agua y nadás en línea recta hasta que todo sea verde. Hasta que no se vea más que agua y la playa sea apenas un faro que se intuye a lo lejos. Hasta sentir el rumor de su piel lustrosa, el filo de sus ojos, el fuego de tu piel desgranándose en su boca].
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