Ambos sabemos que no te enviaré este email. Y no porque falten aún muchas décadas para que tal ingenio sea inventado: afortunadamente no carecemos de imaginación para pretender que ya existe. Sino porque aún antes de escribirlo sus previsibles sensiblerías lo hacen censurable.
Dejé pasar algún tiempo desde mi último mensaje, consideré prudente hacerlo. En tal ocasión, en el afán de expresar mis sentimientos de pérdida hacia vos, mis palabras se encendieron en exceso. Encontré en ese texto que de a poco y sin advertirlo terminé hablándote solamente de O.G. No me arrepiento de los conceptos, pero deploro los modos. Espero en esta ocasión no perder los estribos.
¿Cómo soportar esta distancia? Aún no lo sé, querida Norah. Escribo sin cesar. Mis textos se poblaron de tristezas. Me invaden cursilerías: de cada diez versos sólo uno sobrevive. No pude seguir con mis traducciones de sagas nórdicas, el idioma antiguo te pone delante de mí como si estuvieses realmente acá. De a poco las horas que ya no dedico a la traducción se llenaron con cuchillos, ponchos y valentías criollas.
Camino buscando las imágenes de los versos que ya tengo. Te adivino en cada pelirroja, sabiendo que no estás, alimentando una desdicha que de alguna manera me dé un sentido (escribiré, dentro de treinta años “sólo que me queda el goce de estar triste”, pero eso es algo que aún no sé). Transito los días esperando que un cartero imposible deposite tus respuestas en mi buzón de penas.
Sigo frecuentando los círculos literarios. No tanto porque madre insista como por tener alguna oportunidad de escuchar algo de vos. En las tertulias nunca falta algún chisme sobre O.G., de algún colega eclipsado por sus letras o en reconocimiento a sus habilidades de seducción. Y te busco en las miradas que invariablemente me buscan cada vez que suena tu nombre, y quiero gritar que O.G. es sólo un juntaletras aficionado y un ladrón y que debías ser mía, pero bajo la vista y me desvanezco en el aire hasta que algún tema feliz me interpela y me trae de vuelta al mundo de los que viven sin pensar en vos.
Tu ausencia domina mis días. En cada atardecer naufrago en tu cabello, como nunca lo hice en el breve período en que solo llegué a adivinar tu perfume, cuando cada roce era una aventura, una promesa. Tardes compartidas de caminatas por el Abasto, alguna sonrisa cómplice.
Todo ha cambiado. Preferiste las palabras unidas con engrudo a las kenningar. Las rimas absurdas fabricadas con ingenio mecánico a los versos destilados en el alba. El jardín que sugiere lo efímero al universo que promete lo constante.
Pero a quién engaño. Sé que fui cobarde, soñé con relatarte antiguas sagas boreales, historias de sangre y mares bravos, pero nunca me atreví a sostener tu mano. Me atormenta pensar en la vida que me faltó y en la muerte que me falta, en todo lo que no tengo por ser cobarde. Prefiero pensar que lo elegiste. Prefiero pensar que te robó. Que nunca dependió de mí.
Seguiré escribiéndote estos emails, si me lo permitís. Me reconforta creer que despiertan en vos la ternura que no supe encender entonces, cuando todavía éramos posibles.
Mayo 31, 1934
Brillante!!
me trae de vuelta al mundo de los que viven sin pensar en vos.
:))
Que bueno releer estos textos que habían quedado guardados en cajones. Muy bueno, Jose.