Por la puerta de la cocina a la galería, al césped y, a través de la tranquera directo al médano. Desde que vive a orillas del mar, Lila baja a la playa todas las mañanas a ver el amanecer. A veces en bikini, a veces abrigada, siempre descalza. Solo la detienen las sudestadas más aguerridas y los dos o tres viajes a Buenos Aires que se resigna a hacer en el año. Fiestas, cumpleaños y, por ahora y por suerte, poco más. Mientras Facu todavía duerme, ella se cruza un bolso de tela en bandolera y sale a su rutina de gimnasia, limpieza mental, laboratorio de ideas nuevas y recolección de materiales para trabajar.
Van a ser ya seis años del día que decidió cambiar toda su vida. El Día de la Independencia. Tenía familia, una linda casa, dos autos, un buen trabajo, muchísimos amigos, una vida social super intensa y un grado de alienación tan grande que cada vez le costaba más levantarse de la cama. Hasta que un día dijo basta y empezó a soltar. Se separó, renunció al puesto de sous chef en el mejor restaurant de zona norte, se despidió de todos y se fue a vivir a la costa, con dos valijas, el auto más viejo y Facundo, con cuatro años recién cumplidos. Con sus ahorros y la ayuda de su hermano acomodó una hermosa casita en el médano donde abrió una Casa de Té con venta de artesanías. Un cuarto para ella, otro para el nene, una gran cocina que es el corazón de su nueva vida y un taller donde ella misma hace las cosas que vende. Al principio fue como salir de una guerra nuclear, pero de a poco las cosas se fueron acomodando y ahora todo funciona perfectamente.
La marea está tan baja que el bolso de materiales se va a llenar enseguida. Mejor, porque hay muchísimo sol pero hace más frío que nunca, y Lila no quiere que su hijo se despierte y salga a buscarla en pijama. Facu nunca tiene frío pero se pasa todo el invierno con los mocos colgando. No hay manera de que se abrigue, mucho menos de que no vuelva empapado de la playa. Por suerte le gusta mucho dormir, va a la escuela de tarde y ella puede salir sola y bien temprano.
Lila camina por la orilla juntando piedras, ramas, caracoles, cosas que la marea dejó olvidadas sobre la arena. Hoy necesita muchas porque además de lo habitual tiene que hacer dos regalos. La semana que viene viajan a Buenos Aires para que Facu pase la primera semana de vacaciones de invierno con su papá y de paso festejar los cumpleaños de los abuelos, sus propios padres, que cumplen los dos en julio, cada uno por su lado. Hace tanto que se separaron que Lila ya no puede imaginarse cómo hicieron para pasar juntos veinticinco años de sus vidas.
Cuando vuelve, el sol ya está bastante alto sobre el horizonte. Facu todavía va a dormir un par de horas, así que se prepara un té de cedrón y cáscaras de naranja amarga y se va con el bolso al taller. La tanda de bichitos que pintó ayer ya está lista para llevar adelante. Gusanitos arcoiris, vaquitas de San Antonio, escarabajos. Revisa el celular, tiene un solo mensaje. Buen día, Amor. Reponde con una foto del taller y vacía el bolso.
Revisa las piedras, las agrupa, deja que le cuenten lo que guardan dentro. Un pájaro celeste, un gato de ojos grandes, un batallón de ranas. Estas de acá van a ser un ramillete de flores. A mamá le gustan las lechuzas. Puedo armar una familia con estas cuatro y la rama más larga. Voy a usar el marco blanco que tengo atrás. A papá le gustan los cactus, puedo pintarlos en estas piedras más grandes y con estas redonditas armo las flores y las tunas. Voy a traer una de las macetas que hice la semana pasada. Mamá y papá tan distintos reunidos de alguna manera en una misma idea de regalo. Prepara los pinceles, cambia el agua del frasco y ya está lista para empezar a pintar las piedras.