Esto ya lo dije en otra oportunidad y en otro lugar, pero como todos sabemos que el público se renueva, acá vamos de nuevo: Una única vez, hace bastante tiempo ya, perdí un texto.
No lo había escrito yo pero era un texto mío. Mío as in adentro mío (ay, Yael, se dice adentro de mí, haceme el favor).
El texto se perdió en alguna de las tragedias informáticas que siempre se suceden. Cuando se rompió el disco rígido, por ejemplo. Seguro que fue ahí. Se fue con el Outlook, con la cuenta de Arnet, con el Windows XP o se quedó atascado en el módem. No lo sé, no estoy muy segura, si estuviera segura no estaría perdido. La cosa es que nunca entró en el CD de las cosas que no hay que perder, otra víctima más de la poca disciplina para hacer backups que teníamos casi todos antes de la nube, el drive o el dropbox.
Sí, claro que lo busqué por todos lados, pero no está. No está el archivo, no está el mail en el que vino, no quedan rastros. Y sin embargo, adentro de mí, as in myself, queda el recuerdo intacto. El texto se perdió pero sus letras, sus palabras, sus imágenes, anidan en uno de esos huecos azules en los que guardamos las nueces, los nudos, las cerezas. Lo visito muchas veces, como esos sueños de noches largas y espesas. No puedo recitarlo de memoria (tampoco la pavada) pero retengo, justo detrás de los párpados, sus pasajes más hermosos. De vez en cuando los recorro como un álbum de nostalgia, siempre con sonrisas. Cada vez, le sigo sacando jugo a sus palabras. Siempre. Jugo de pomelito bien frío.
(Epílogo del día después: Lo más interesante de la cosa es que una primera versión de este texto, o de este re-texto, para ser más precisos, también se perdió ayer entre configuraciones, botones grises y permisos. Elijo creer que esta versión de hoy es mejor, pero no estoy segura. Nada segura. Quién te dice que dentro de un tiempo no esté también recorriendo con nostalgias estas palabras perdidas)