Anoche soñé con vos. Chapabamos fuerte en una estación de tren que no conozco. Era un beso largo e intenso. Real. Te sentía en el cuerpo aún dormida. Teníamos miedo de que nos vieran. La puta realidad no me deja disfrutar ni de esa infidelidad onírica.
Me gusta mirar parejas por la calle y adivinar cuál es su situación
Primeras citas: caminan juntos, los dos se ríen, es decir, la cara tiene una sonrisa permanente que no se va en ningún momento de la charla. No se dan la mano pero están cerca y se rozan y los pelitos de los brazos se erizan. Se miran de reojo porque si se miraran de frente tendrían que besarse como nosotros en el sueño.
Se sientan en un bar. Se miran, se rien. Uno pregunta, otro responde. El que pregunta está atento. No mira nunca su teléfono porque lo que quiere está ahí adelante. Se ríen mas. El le toca la mano, así como quien no quiere la cosa. Parece una escena cándida pero en el fondo los dos están pensando que ganas de saber que olor tiene su piel. Que ganas de que me bese hasta dejarme sin aire. Y se ríen.
Mi paciente me cuenta su tercera cita con la chica que le gusta. Después de estar juntos ella le dice que se quiere ir a la casa porque no quiere molestar. El le dice: todo bien si queres irte. No hay problema, pero después de estar juntos y pasar una noche increíble, lo que me molesta más es que te vayas.
Voy a seguir durmiendo a ver si puedo volver a encontrarte. Tomemos un café en sueños. O una coca o un vino. Decime que no me vaya.
Muy bueno. La idea me hizo acordar algo que escribí hace mucho. No era una situación romántica. Había muerto muy joven un amigo del alma y la única forma de volver a hablar con él era soñándolo. Cada tanto funciona y lo encuentro, todavía.
«Voy a seguir durmiendo a ver si puedo volver a encontrarte. Tomemos un café en sueños. O una coca o un vino. Decime que no me vaya.» 👏👏👏