Vas a llegar al garage de Julián Álvarez, te vas a bajar con resignación y le vas a dar las llaves del auto al empleado. Te va a preguntar cuánto vas a tardar y vas a decir que no mucho, que esperás que sea rápido, que lo acomoden en cualquier lugar y no hay problema si se demoran mientras mueven los demás autos cuando vuelvas.
Vas a caminar esas dos cuadras hasta Scalabrini Ortiz tratando de absorber todo el sol posible, demorándote en algunos rincones. Vas a pasar por la puerta del Normal 6 tratando de que la nostalgia no te conquiste; no necesitás eso ahora, te vas a repetir y apurarás el paso.
Vas a saludar al encargado de manera distante; solo hablaron un par de veces por teléfono. Mientras él siga repasando la entrada con el trapo y sacando brillo a los bronces, vas a subir los cinco pisos por escalera, sin saber bien por qué, pero como si fuera un paso imprescindible en la ceremonia.
Vas a entrar por última vez en tu vida por la puerta de Scalabrini Ortiz 2454 5° A, 4 ambientes luminoso, a metros del subte y botánico, baño y cocina de época, a reciclar, ideal inversores; según el aviso que publicarán el domingo siguiente y que, a pesar del detalle, no dice lo más importante del departamento. Vas a sentirte como si entraras sin permiso a la cueva de un animal; será el momento de la asfixia y la falta de espacio, pero vas a seguir porque ciertos pasos hay que darlos, te dirás a vos misma. Vas a abrirte camino con los brazos entre una selva repleta de lianas.
Vas a preguntarte por qué viniste sola, y una vez más, te vas a responder que lo hiciste porque no querés que nadie más mire esto. Porque no querés que nadie sepa que no te vas a llevar nada, que no te interesa ningún mueble ni ningún recuerdo.
En un primer golpe de vista, vas a reconocer un abrigo y un par de sombreros en el perchero. Vas a tantear inútilmente la tecla de la luz y vas a correr una silla con el pie, mientras caminás hacia la ventana del living para levantar la persiana, que se va a trabar y quedar apenas inclinada. El sol va a entrar después de meses y vas a ver en el aire las partículas del polvo que se habrá levantado con tus movimientos, y vas a recordar cómo te gustaba ver eso cuando eras chica.
El sillón estará cubierto con una vieja frazada. En el aparador del living, estarán los portarretratos de siempre, una cerámica que compraste en Salta y la lámpara de cristales de colores. Vas a escribir tu nombre sobre el polvo del mueble y borrarlo con el dorso de la mano.
Parada en una esquina, vas a organizar mentalmente hacia qué rincón apilar los muebles, en dónde vas a dejar las bolsas de cosas para tirar y en dónde las de regalar. Vas a vaciar la cocina primero porque te parece más fácil. Apenas entres vas a mirar afuera y cerrar la ventana, con un movimiento rápido, un poco violento. Vas a recordar muchas comidas y momentos con algunos utensilios que tengas en tus manos después de tantos años. Vas a mirar la fecha del último almanaque colgado antes de tirarlo.
Después de ocuparte de la de tu hermano, vas a vaciar la que fue tu habitación, pero en la que ya no queda casi nada tuyo. Vos sola, parada en la puerta, podrás reconocer muchas cosas que ya no están, vos sola podrás rearmar escenas y ordenar, de a poco, las piezas. En un placard vas a encontrar una foto de primaria, en la que estás con el pelo largo peinado por mamá, como tanto te gustaba, y el moño de tu primera comunión; son las únicas cosas que te vas a guardar en el bolso.
Por fin vas a entrar a su dormitorio, inspirando de manera profunda y exhalando lentamente, como te enseñaron en el curso de meditación, y dando un primer paso firme, decidido. Vas a sentir su aroma por un instante, que creías no recordarlo, y se te va a dibujar una mueca de asco. En un momento, frente a algún rincón, vas a apretar los párpados tratando de borrar cierto recuerdo pero vas a gritar, esta vez no vas a poder impedirlo. Después, vas a relajar los brazos y sentir un hormigueo en la punta de los dedos, mientras, de a poco, aquietás la respiración y, especiándose, cede el llanto. Vas a ir sacando la ropa, los objetos, y entre ellos la máquina de afeitar y la brocha, que aún conservará algo de su perfume mentolado. Vas a separarlos de manera rápida pero meticulosa en el living. Vas a pensar que son los restos de piel de una serpiente.
Una vez que hayas terminado, sentada en el piso vas a recostarte contra la pared; un frío insidioso te va traspasar la camisa y pinchar los pulmones. Vas a mirar hacia el living, a los muebles amontonados y las pilas de bolsas negras de consorcio bien ordenadas en el otro lado. Vas a mandarle un mensaje a los del flete para confirmarles que ya está todo listo, y que cuando quieran pueden pasar a vaciar el departamento. Vas a pensar en mandarle un mensaje a tu hermano, pero a último momento te vas a arrepentir, vas recordar que nunca hizo nada. Vas a suspirar, apenas más liviana.
Como intuís que él habrá hecho, vas a acercarte a la ventana de la cocina y demorarte mirando el pozo de aire y luz, el patio más abajo, la maraña de cables, la pared sucia y algo descascarada y vas a saborear el aroma dulce y fatal del vértigo. Pero vas a caminar hacia la salida por el pasillo de Scalabrini Ortiz 2454 5° A por última vez. Con su aroma clavándose detrás de tu lengua.
el peor momento bien descripto
Me conmovió.
🏆 (sonido de aplausos)