No, no quiero. Que no vengan. No quiero hablar con ella. Si siempre me dice lo mismo y no entiende lo que le digo. Me escucha pero no me entiende. Nadie me puede entender. Afuera ya están cortando el pasto de nuevo. Mucho ruido. Duele tanto ruido. Me martillan la cabeza y no me escuchan cuando les digo. Siempre así. Todo el día. A la noche no se puede dormir. Siguen los gritos y ruidos de frenadas. Toda la noche. La luz blanca al final del pasillo a veces titila. Nadie puede dormir así.
Vino Mariano, trajo a Ana. Ayer o antes, pero vino. Abrieron las ventanas y me dijeron, hoy vienen tu esposo y tu hija, mirá que lindo día, salí. Tomamos algo en el jardín. Ana corrió un rato pero estaba callada. Todos están callados. Ana tenía puesto el vestido rojo que compramos para su cumpleaños, todavía le queda, que linda estaba ese día. Antes de esto y del ruido. El día de su cumpleaños estuvimos todos juntos. Estaba toda la familia, fueron los primos y Ana lloró porque quería que se queden a dormir. Estaba cansada por la emoción. Muchas cosas juntas. No estaba callada como ahora. Después se durmió en el sillón con los regalos. Joaquín estaba celoso, todos los regalos para la hermana, todos los saludos. Igual estaba hermoso, estaba luminoso y quería que los primos más grandes vayan afuera con él, los llevaba de la mano, los tiraba hacía afuera y haciendo fuerza se cayó de cola sobre un charco. Estaba todo mojado por la lluvia y Dexter lo lamía y le ladraba, quería jugar con él. También se durmió en el sillón. Hubo que subirlos dormidos y acostarlos así, todos sucios. Frágiles y sucios. Mis hijos. Los llené de besos.
No me gusta la comida. Me obligan a comer. No se que me dice, no los quiero escuchar. Ya no quiero nada. Ya no hay nada. Solo ruido, ruido y frenadas, y gritos. El kinesiólogo que quiere que me mueva. Ella que me trae los medicamentos. Que dale. Que vamos. Que hablemos. Basta. Y no escuchan el ruido, No me entienden. No me quieren entender. Como Ana, cuando tenía cuatro y hacía mil preguntas. Todo quería saber. Qué porqué su hermano tenía pito y ella no. Como ese día en la playa. Caminamos y juntaba caracoles y conchillas. Y preguntaba nombres y que era cada uno. Y de donde venían. Y Joaquín corría por la orilla. Saltaba con un gritito cuando venía la ola. Pateaba la espuma y corría por la orilla. No se cansaba. Solo Dexter lo seguía y saltaba con él. Y jugaba con los chicos de la carpa de al lado. Pistas de autos en la arena toda la tarde. Y la chocolatada con galletitas. Y se peleó por un auto con los vecinos. No importa, mañana se piden perdón y juegan de nuevo. Están todos cansados, pero son tus amigos. Dale que mamá te abraza y se te pasa. Mariano empezaba a guardar las cosas para volver a la casa. Joaquín se durmió sentado a upa mío en la reposera. Estaba suave. Estaba frágil. Estaba hermoso como nunca. Había que protegerlo siempre. El mar no había podido sacarle su olor, el que siempre tuvo desde bebé. Mariano guardaba las cosas para irnos y yo, como si hubiera sabido, quería quedarme siempre ahí. Mirando el mar y con mi ala cobijando a mi pichón. Eso por favor y no el ruido. Otra vez no.
No se cuánto tiempo hace ya. Me llevan. Me traen. Los pasillos largos y la luz blanca que titila. Abren las cortinas para que entre el sol. Me dicen que no hay nada. Pero no escuchan los crujidos y frenadas. Y que me mueva. Y que hable. Y no saben que ya no se puede. Que no hay nada. ¡Cómo le gustaba el jardín! Con su mochilita y el guardapolvo azul a cuadros. Jugaba con sus amigos y las manos siempre sucias. De ahí a la plaza. Trepando como un mono. Cuidado no te caigas. Así, dale. ¿Por qué tan frágil? Yo te ayudo. Vamos que vas a poder. Y corría por los juegos. Subía por las escaleras y me miraba desde arriba antes de tirarse. Abajo yo para cuidarlo. Pero no se puede siempre. Déjenme así. Quedarme quieta y cerrar los ojos. Cierren las cortinas. Joaquín como un pompón, como una flor de panadero y mi mano que lo resguarda del viento. Riéndose con bigotes de dulce de leche. Hablándole con vos gruesa a Dexter. Usando el saco y los anteojos de Mariano y corriendo por el living. Gateando y jugando a las escondidas atrás de una cortina. Joaquín disfrazado de Buzz Lightyear en su cumpleaños de tres años, zambulléndose iluso, pensaba que podía volar. Poniéndose corbatas y queriendo ser más grande. El que me despertaba parado frente mi cara, y yo le hacía el ratoncito en la panza. Joaquín riéndose. Joaquín que corre y me abraza. Con olor a leche, algodoncito mío.
Salíamos tarde, Joaquín lloraba, no encontraba un juguete o tenía sueño. Si, si, ya llegamos, es rápido, son pocas cuadras y ya llegamos. No llores, dale, portate bien. Mamá los deja ahí, va a trabajar y más tarde los busca. Se quedan con la abuela y van a hacer ñoquis. ¡Basta Ana, no se peleen! Las luces, el ruido y algo cruje fuerte. Muchos ruidos, como a la noche. Después nada, después silencio, silencio oscuro. Después sirenas. Y mucha sed. Pompón, panadero que se deshace. Vos te dormís y yo nunca más.
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