No molestan a nadie. Están charlando en pequeños grupos. Algunos sentados. Dirigen las miradas a otros. Probablemente se encuentren esa tarde y no tengan mas relación hasta la semana siguiente.
Hasta hace un tiempo se los veía en la plaza Rodríguez Peña, especialmente sobre esa calle y la plazoleta que está delante del Palacio Pizzurno. Ahora esa plaza está en obras de remodelación. El contacto con la laboriosidad, el olor a materiales frescos y a pintura nueva parece haberlos empujado de allí, como si fueran murciélagos.
Eligieron para anidar transitoriamente la plaza Vicente López, al amparo del gigantesco gomero.
Sus ropas son invariablemente negras o muy oscuras, de uno o dos talles mas que el que corresponde a los generalmente esmirriados cuerpos. Por eso los pantalones se caen, las mangas de las camperas cubren las manos.
Cadenas, pulseras gruesas con tachas, piercings en orejas, narices, labios (de las zonas que pueden verse, autorizando a imaginar otras que están ocultas).
Las mujeres que usan pollera llevan medias negras, de tul o de malla pero con algún agujero o desgarro que deja ver la piel. Los ojos marcados con pintura negra, el pelo larguísimo cubriendo la mayor parte de la cara.
Mansos, desencantados, silenciosos. Generalmente feos o poco atractivos. Chicas que no podrían conseguir un novio, varones sin estima propia, homosexuales reprimidos o tibiamente reconocidos.
No hacen daño alguno, no molestan. Ni siquiera provocan rechazo en las demás personas.
Son como fantasmas. Su principal atributo al igual que los espectros, es el uso de ropa adecuada, de actividad en horas crepusculares o nocturnas y el mutis oportuno.
Se amontonan por ocultas motivaciones y se conforman con estar juntos. No hay ideas, no hay futuro. Sólo un presente en el que prevalece la estética compartida.
Los porteños pasan y los miran, sin decir nada, ejerciendo la meritoria tolerancia que nos caracteriza. A lo sumo alguno comenta en voz baja: “Que manga de inactivos”.
dráculas diurnos 👻