Érase una vez un cuento... Este cuento tenía, como todos los cuentos, un principio, un nudo y un desenlace. Algo que puede parecer obvio, lo sé, pero créanme, no lo es. Este cuento era muy particular, porque hay muchos cuentos que nos recuerdan otros, hay cuentos que nos inspiran, y hay otros que nos facilitan el paso de una situación o sentimiento a otro. El cuento en cuestión tenía la particularidad de ser un cuento primordial: nadie sabía quién “lo creó”, o por quien decidió ser contado por vez primera; nadie sabe de dónde vino, de qué época o lugar, pero al conocerlo vemos con total claridad hacia donde nos lleva.
Solemos emplear los cuentos de diferentes maneras, a veces apelamos a nuestra memoria, en ocasiones adquirimos un libro que lo contiene (y muchas veces contienen más de uno), otras empleamos la herramienta del audiolibro convirtiéndonos en espectadores más que en transmisores, y otras veces cometemos la osadía de abrir nuestra mente cual pista de aterrizaje para permitir la llegada de un cuento, esto a lo que muchos atrevidos llaman inventar. Muy rara vez nos detenemos a pensar en las travesías de los cuentos, todo lo que han recorrido para llegar a nosotros, a nuestros oídos, ojos, o para ser transmitidos a través de nosotros; y mucho más raro es permitirnos la reflexión de hacia dónde se dirige luego de haberlo conocido o recordado.
Este cuento trascendía toda pregunta que alguna vez alguien se haya animado a realizar, porque era tan antiguo que algunos sabios afirman que estuvo allí, que está aquí, desde mucho antes que un ser con intelecto haya caminado sobre esta tierra; y condensa tanta riqueza por sus recorridos, que los niños de todo el mundo lo conocen, más temprano que tarde, y hasta con sonidos universales comprensibles desde la inmanencia de la propia Vida.
Comprenderán ahora que, si bien todo cuento tiene su lugar de origen, destinatarios y recorridos predestinados, este cuento al que decidimos acercarnos a apreciar hoy tiene todo eso y mucho más. Sería inexacto mencionarlo como fuente de ciento de miles de cuentos, aunque no del todo errado. Es muy antiguo, el que más. Es muy profundo, tanto que cada vez que lo leemos o escuchamos, nos permite ir conociendo más y más acerca de sí.
Luego de un arduo trabajo de observación a distancia con sumo cuidado y discreción -porque tengamos en cuenta que a los cuentos les fascina ser contados, y ni bien perciben que alguien esboza la posibilidad, se abren paso para expandir su entidad- hemos logrado dar con el santuario donde este cuento primordial descansa: es un sitio que se asemeja a una habitación de hotel, de hecho estructuralmente lo es, con su puerta de entrada, su cama, sillas, ventana con cortinado y un cuadro con una pintura para decorar. Lo que diferencia este cuarto de hotel de uno como los que conocemos, es que podría dar la impresión de estar abandonado, pero nada más lejano a la verdad. Es un cuarto con vida, donde se respira fertilidad de ideas, y hasta a simple vista, o para algunos si aguzan la mirada, se observa la proliferación de esporas de sabiduría. Si tuviéramos que definir para la descripción el color predominante, lo más acertado sería verde, en las tonalidades más fecundas. Y si nos preguntasen a qué huele, les diríamos que a frescura matinal de ideas.
Y tu historia, lector, ¿dónde mora?
Coincido con Lucila. El secreto está en la levadura.
La masa madre de los cuentos :)