Primer round.
— Buenas tardes, doctor Flinders.
— Buenas tardes… ¿🐟? No sabía que en las credenciales de OSDE se usaban emojis.
— Dudé un poco en poner un 🐟 sobre un fondo azul, pero creo que quedó bien.
— Bueno 🐟, dígame… ¿por qué ha venido a verme?
«Venido a verme». Me importan tres pitos que sea una expresión coloquial, esto es psicoterapia y el profesional debería cuidar sus palabras. ¿Verlo, peregrinar hasta su consultorio para que un poco de su Luz me ilumine? ¿Cree ser el nuevo Freud entre los psicólogos hipsters de Palermo? Se encienden toda las alarmas de mis prejuicios mediocampistas pero el árbitro me dice que es demasiado pronto para ofuscarme.
— Bueno, la consulta es en relación con mi ansiedad, he estado bastan…
— Disculpe, pero quiero preguntarle algo
— Si, claro. Pero… ¿antes de interrumpirme alcanzó a escuchar que dije «ansiedad»?
Flinders asiente, serio. Me radiografía mientras no me muevo ni un milímetro de mi cara-de-esperar-una-respuesta. Mientras comienzo a pensar que si arrugo ahora estaré a su merced para siempre, el doctor me distrae haciendo su pregunta y salimos así de lo que hubiera sido un momento incómodo.
— ¿Por qué eligió llamarme Flinders?
— No sé. Me pareció que un apellido como Fernández le daría al relato un pincelazo canchero en el que no quiero caer, y además vi que usaron un psicólogo Fernández en otro texto. Flinders tiene la ventaja de ser un apellido que suena a judío lo que cuadra bien en el estereotipo de psicólogo. Y además –y sobre todo– es una cuestión nemotécnica: es el nombre de una calle de Melbourne que recorrí varias veces hace un tiempo y tengo menos chances de olvidarlo.
— ¿Tiene problemas de memoria?
— Si. Oiga, ¿podríamos ir por partes? Yo quería hablarle de mi ansiedad.
El doctor se queda mirándome en silencio. Seguro que inicia ese jueguito idiota de los psicoanalistas, pero a este lo cago porque puedo sostenerle la mirada hasta que le toquen timbre los del Colegio de Psicólogos para saludarlo por su jubilación. Cinco segundos le dura la cara-de-a-ver-quién-gesticula-primero hasta que la reemplaza por una media sonrisa en la que puede leerse que, tras haber realizado exitosamente una pruebita sobre mi ansiedad al cambiarme de tema, siente que sube un escalón en el Olimpo que separa a los bochólogos de los simples mortales.
— Sí, claro, cuénteme.
— A mi ansiedad la puedo describir como la sensación permanente de tener muchas ganas de cosas para las que siento que es tarde y no saber qué hacer con esas ganas.
Pronuncio la palabra «ansiedad"» con deliberada lentitud, marcando las sílabas, sabiendo que al tipo se le disparará el pensamiento de que la ansiedad es un grave trastorno de la conducta pero que sin embargo aceptará mi expresión como coloquial ya que él está arriba en el podio, quedando así satisfecho con su falsa victoria y por lo tanto expuesto a que lo tome desprevenido en otra chicana. Tampoco es casual la elección de la palabra «cosas»: tengo que entrenar a Flinders en el pensamiento abstracto que necesitará tener para que logremos comunicarnos. ¿Puedo ofuscarme por un «¿por qué ha venido a verme?» en vez de «¿cuál es su consulta?» y exigir sin embargo que «cosas» sea suficiente información y no requiera de una digresión que nos aparte del hilo de conversación? Por supuesto que sí.
Flinders aprovecha mi pausa para volver a su cara de póker. Me invade el pensamiento de que si me dice “ajá” o asiente o es condescendiente en cualquier forma y me levanto y me voy.
— Hace mucho que le pasa.
Me cagó, el tipo me sacó la ficha y parece saber cómo viene la mano: fue directo al grano sin maniobras psicobobas. Se ganó una galletita en mi escala de prejuicios sobre el rubro. Además ni siquiera usó signos de pregunta, la entonó a medias preguntando y afirmando al mismo tiempo. No decido aún si eso es bueno o malo.
Podría responderle «cuatro años», o «dos semanas», pero será mejor suministrarle información vaga e incompleta ya que es algo con lo que Flinders deberá aprender a lidiar.
— Hace un tiempo, sí. Pero los últimos meses han sido particularmente difíciles, siento que el tiempo se me acaba, siento que…
— Lo siento. El tiempo de esta sesión se acabó. ¿Lo veo el próximo viernes?
Adiviné una media sonrisa cuando bajé la vista. No, no se atrevería a regocijarse por la osadía de interrumpirme parafraseandome con tan poco ingenio… ¿o sí? En fin, tendré que volver. Flinders no sabe con quién se ha metido