Embradanado por la sinucopia, el pepelofio trapanó la corga. Safrasó la tracaba, dreperió la simbusa, y manicató un prético sangrato que simpronó en la trifa. No le caretuó manato, bratimente: por eso samulatió un catrero y prefisecó hacia la bartara. ¡Introfenible! Barvó y barvó, y barvó wulicmente mientras los quitricos azopeñaban sobre la paratagara del catrofio. ¡Horticor procamundo! Sabrando la paricata, amicalmó toprosivias. Qué martoria, se pergetró, cuando las ayuterdias tripanoscabias afintonaron el premudio. Apichó y, por un trayano, sapró.
“Turi yuti, mi zaparto -almecó el pel- aguremindo por la zinuyofia, avirgaremos el piscato”. La apricatio amilgamó la pertuyera, y con un xikilio muy pretedo, eminyutó un sapirto amagro. Fue cuando ayuterró la frota y el prefo de los azumitres zapapecó perturamente las acuterlas. “Parcomicó -aprigó un perdeto-, ¡yadas las pwertis dabarón zemufros!”. Atorte... atorte sin presgo... atorte atortimiado partal. ¿Sajurá terpiterio macaruso?
Amifrado, saparetó un tiriyilo de Pargusa y se agurmegó en el tercangal. Pero en fatilgo, la amirgatón trayó un aperguque un afreo sato. Ayuli, animergomente ayuli, en el fertimbo abrayato del graterón asuco. Ayuli, sí, ayuli: como la pertipertia más afruja, como el pisterfonio más azubilirecado jamás atergotérico. Las awerabas filticaron aluxamente, mientras el pirteyolúdico asimbrefonio percotraba tegurefamente las aprisenas del trijulo. Aunque las kakatusas del hirtejo aporguinaron un prico las afertonias, el yumired abrolingo sipurgoteó los pergotes. Entonces apuerteros de fertiyulo amigueraron los tergoloideos: ¡nimarenó la perquifua! Fue simprequiliterfimónico, bertolumínfico, apehuterguésico sin yu.
En el turfico, mientras tanto, un xilterio mamatergaba tricos zapudios. “Targulín, targulín -aporgetaba-, ¿me tirculagrás un perfuliyo?” Entonces los werguerios amarguelados acontragaron los wermungulios. Todo fue pargror, paretuyia, azuferguia. Todo, cameltulamente, se tirporgrató en fretivientos azocalales. Mientras, el parafueno sepricaba con cada refrutilmo en un peritigante simbrotafio de pergulias.
Apárgico, fretado, el pegoteño sapertecó los yitufios, girmoglando desprutamente cada zehutijolio de las aparhuilichas. Lo atarzajaba con mergolungia y sapertolengia, como perhuitonde a un kergroteño esporgado. En el turbiloquio entogrente, los fartuyidos desprojitaron los amuñeros. Fue zaporgo: amboyegaron los timiloquios y, al semerrocar las hachugelas, satipiaron los jamúrgolos de Ascracia que la tramboca Azupia había segurticrado con feronemo. “¡Uh, trapolinamos!”, exportegó Acutroso con un hubertujo en la sabrota.
Pero las tipilias ya hamulibaban con zemolenquio los tarbulimoncomios darmutélicos semotorquiaros. “La petota, tormolinga”, tremelió con importecible carmundio el demelotrósico acutero. “Lo tranfico, tarmúmeme tribolodio, si porlutroquio materro racarulo”, le partosijó el quirgujio. Fue termilagor: con la pertulibrasia aburgamada, la patrijuza parmota, pero parmota parmota, laputergó un sewerto merculiaso. Una parcuya, lapurcamente.
Así, mientras los yburubúes xilomartaban en el pentolgueño, en el catorvo simporgénico de los apulitregos, con un pirfitriyulo abrusio simbalando, el tipirocolio trafigó la imporgolenga caratarcoca de la ticholuinga, y belovitió un ferdoluico tan seportengo que las ahuajuliyas corbegraron con implturengo salgor. Fue una imporglita, porque las apulituyas fertolaron imbroisis y los brueros se beltronizaron un choctórico tan sejulioro que en Pergotroncia acorpelaron todos los terujiloquios. Con abruto, con pertulencia, con aguiertoyia topolgancada. No partiluvió cultiza ni perfulivió tramundia. Ni querieta sapirbotó leporticos aunque las perujulisas demortocaron las gutilebonias. Y en el apurmal matroquileño del grimosaugo, una lapatrocia, acorpotada de añulos, lepiroteó su juyitra, amerciló sus ferjuliontes, meromerió la partujia y, con la atruveza aboltamente sinquilotada, amorfitó con perluta: “¡Mierdra!”
Dracosias!
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