Cuando nos despertamos, marzo seguía ahí.
Eterno, imperturbable. Anclándonos entre el fin del verano y el principio del otoño. Sumando más y más gastos extras: la primer cuota de la escuela, útiles, ropa, pagar la tarjeta con los gastos de las vacaciones y tantos más. Terminando de borrar el bronceado de enero. Estirando el tiempo para atormentarnos con la inapelable realidad de que el año pasado ya quedó muy en el pasado al mismo tiempo que nos grabamos a fuego en el alma el hecho de que marzo no perdona y que estamos un poco más viejos para soportarlo. Abrumándonos con el arranque de todas las actividades deportivas, culturales y políticas que por calor o por flojera estaban en receso.
Solucionemos marzo, hagamos algo antes de que sea tarde, algo para que termine de una buena vez y podamos seguir con nuestras vidas.
Tal vez le podamos entrar por el corazón. O por la mente. Psicología, emoción, violencia pasiva, sacudirlo bien adentro. Podríamos intentar llenarlo de espejos, de relojes, de almanaques, hasta que su tiempo se refleje y se estire hasta el infinito y se espante de sí mismo.
Quizás alguna amenaza pueda ser efectiva. Por ejemplo, cerca del día veinte podemos decirle “andá terminando, o si no…” y lo miramos a los ojos con nuestra mejor expresión de “ya sabés lo que te va a pasar”.
También le podríamos hablar de abril todo el tiempo para que se sienta ninguneado. Abril esto, abril lo otro. Abril, abril y abril. Conversar sobre las bondades del ese mes y de su otoño que se afianza y deja atrás la turbulencia climática de marzo, de las actividades que ya terminaron de comenzar y dejaron de incordiarnnos con sus aprontes. Resaltar que abril es más corto y que su duración estándar lo hacen mucho más atractivo. Y querible.
Que se ponga celoso. Que le dé bronca. Que nos mande cientos de mensajes de whatsapp que metódicamente ignoraremos hasta abril. Que sufra, que pase del amor al odio, que transpire y no pueda dormir en paz. Que se enfurezca, que las palabras se le atropellen en la boca y solo pueda escupir rabia. Y finalmente decirle “lo siento, pero vos sos tan marzo y yo tan septiembre” y romperle el corazón.
Si no podríamos tratar de engañar ell almanaque: sacarle a marzo todos sus lunes. O diluirlo de a poco, con homeopatía y premeditación: repartirlo entre el resto de los meses. O saltearnos unos cuantos días. O tal vez vivirlo día por medio.
Si todo falla no nos quedará otra que eliminarlo, convenciendo -o sobornando- a astrónomos, a las autoridades y empleados de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas, a los que hacen los horóscopos y a los que imprimen calendarios. Tendríamos que pensar bien como encarar el tema con los astrólogos, ya que les arruinaríamos una buena parte de Piscis y de Aries.
Otra buena alternativa sería hacer girar más rápido el planeta para que los días sean más cortos. Ponernos de acuerdo, reunirnos en Ginebra, convocar a los mejores físicos e ingenieros del planeta -tal vez algunos religiosos también, no descartemos la intervención divina. Estudiar el problema, diseñar una solución, hacer los planos, juntar fondos, reunir todos los materiales y construir robots para que ellos finalmente construyan El Artefacto. Ajustarlo para que el planeta se apure, con cuidado para no pasarnos y provocar que abril sea un suspiro. Convocar a algún futbolista famoso para que apriete el botón y sentarnos en la vereda para ver pasar el cadáver de los nuevos días cortos.
O a lo mejor podríamos pedirle a la ONU que intervenga. Exigírselo, carajo. Después de todo es un problema colectivo: marzo es largo en todo el mundo, excepto en los países que tuvieron el buen tino de tener un calendario lunar. Que la ONU constituya un organismo especial para encarar el problema, que ese organismo forme todas las comisiones necesarias para buscar una solución (Aspectos Jurídicos, Impacto Medioambiental, Influencia en Oriente Medio, Articulación con ONG’s, Astronomía, Pesos y Medidas, Revisión Histórica, etc.), comisiones que cubran todos los campos de conocimiento relacionados, todas las disciplinas involucradas y todos los aspectos geopolíticos, religiosos y culturales. Cada comisión creará tantas subcomisiones y mesas de trabajo como considere necesarias. Otros organismos internacionales serán veedores, se convocarán, por ejemplo, a la Unión Europea, al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, a la Organización del tratado del Atlántico Norte, a la Organización Mundial de la Salud y a cualquier otro organismo que represente intereses directamente afectados por la duración de marzo.
Tal vez sería bueno hacer un brainstorming, analizar entre todos las acciones que nos vayan saltando:
Robarle horas sin que se de cuenta.
Perseguir y encarcelamos a todos sus fanáticos.
Enviarlo a una escuela de reeducación de meses.
Hacer un petitorio, juntar firmas.
Indignarnos y twittear hasta el cansancio.
Llevarlo a la justicia.
Hacerle bullying hasta que se vaya.
Golpearlo hasta que se parta en dos. O en tres.
Vendérselo a los chinos.
Pedirle que se vaya y vuelva otro día. Otro mes.
Apurarlo, hacerle creer que llega tarde.
Suplicarle, apelar a su misericordia, implorar, rogarle que se apure.
No sé, no sé qué podemos hacer con marzo. No sé. Pero hagamos algo antes de que sea tarde, algo para que termine de una buena vez y podamos seguir con nuestras vidas.
Tal vez baste con sugerirle amablemente que se vaya a la mierda.
O diluirlo de a poco, con homeopatía y premeditación
:)