En un garage de la calle Bacacay había un submarino. Rolando, el hijo menor, era un entusiasta del mar y sus misterios y el padre, ingeniero él, decidió construirle un aparato como los de los documentales de Jacques Cousteau. Cuando los conocí el proyecto estaba bastante avanzado, solo faltaban el motor y algunos detalles, entre los cuales uno no menor era trasladarlo desde el barrio de Flores hasta alguna localidad con mar. Nunca supe si lo lograron. Tal vez ahora mismo Rolando, ya encanecido, continúe en el garage frente a los comandos de su nave, esperando que suba el agua.
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En cualquier momento Rolando se convierte en el capitan Nemo. O se toma una pepa y se transforma en el monstruito que rompia las pelotas en el submarino amarillo.
Ahí va el Capitán Rolando por el océano con su submarino de fibra hecho en Flores.