La mujer entró a la sala caminando descalza, silenciosamente. Tal vez fue por eso que el hombre que ocupaba el sillón frente a la pantalla no se movió hasta que sintió el frío del metal contra su sien izquierda. Giró apenas los ojos hacia ese lado y llegó a decir:
- ¿Eh, qué hacés...?
El estampido del escopetazo resonó con fuerza en todo el departamento. Los dos caños se dispararon simultáneamente sobre el parietal y la cabeza se sacudió y se deformó grotescamente por la fuerza de la explosión. Sin poder contener esa fenomenal descarga de energía, el cráneo se abrió por el lado derecho y estalló desparramando una lluvia rosada de fragmentos de hueso y cerebro que bañó las paredes y la ventana del lado opuesto. Los cristales y la cortina quedaron salpicados de gotitas rojizas y ella recordó con cierta molestia que los había lavado el día anterior. El cuerpo se volcó hacia el costado, cayó sobre el apoyabrazos y tembló espasmódicamente unos segundos antes de rodar hasta el suelo y quedar allí, inmóvil.
La mujer dejó caer el arma al lado del muerto y retrocedió un par de pasos. Se asombró de la tranquilidad que sentía, observaba todo con la satisfacción de quien ha finalizado una tarea largamente postergada. En su cabeza la escena seguía adelante y se desarrollaba dividida en dos sectores claramente diferenciados. En el izquierdo, donde ella estaba parada, nada difería de la rutina de todos los días, con cada cosa ubicada prolijamente en su lugar, mientras que en el lado derecho, que en su esquema mental comenzaba a partir del cuerpo inerte, todo era desorden y suciedad, un pandemonium de manchas desparejas y trozos de tejido sanguinoliento. Inconcientemente dio otro paso hacia atrás, como para reafirmar su pertenencia al orden y a la prolijidad.
Se cruzó de brazos y comenzó a considerar las opciones que tenía por delante. Lo primero que se le ocurrió fue ponerse a limpiar aquel desastre de inmediato, pero descartó la idea al segundo. Ni loca se pondría a fregar ese enchastre. Y además la culpa era de él, ¿o no eran acaso su cerebro y sus líquidos los que estaban diseminados por ahí?
Miró al muerto y se maginó un diálogo que, tal vez, pronunció en voz alta.
- Levantate ya y limpiá tus porquerías.
- Limpiá vos, loca de mierda, vos ensuciaste todo.
- Pero ese es TU cerebro, el mío está en su lugar.
- Al pedo está, si no lo usás.
- Hijo de puta, sorete, limpiá o te disparo de nuevo.
- Dale, tarada, tirá. Solo vas a enchastrar más. Sos una imbécil, siempre fuiste una imbécil.
Y se dio cuenta de que, aún en esa discusión imaginaria, el muerto la seguía jodiendo porque estaba un poco en lo cierto: él no iba a hacer nada y la tarea desagradable era toda de ella.
Pero limpiar todo eso ni loca, nunca, pensó. Ya estaba hasta la coronilla de limpiar la mugre del otro.
Entonces se le ocurrió que podía llamar a la señora del encargado de enfrente. En algunos departamentos la contrataban para tareas por horas y una vecina le había dado buenas referencias de su trabajo. Además ya la conocía, la había cruzado muchas veces por la calle o en el mercadito. Claro que aunque la conociera iba a ser complicado hacerla pasar sin que hiciera preguntas, o peor aún, sin que se pusiera a gritar como una loca cuando viera la sangre, los huesos y el cadáver sangrando. Porque ahora notaba que de la cabeza destrozada seguía saliendo sangre y en la parte izquierda, el sector sucio, el que era de él, una mancha oscura se extendía sobre el piso.
Tal vez había que pensar primero en sacar el cuerpo de ahí. Si no, iba a ser imposible lavar todo eso.Igual suponía que el sangrado tenía que detenerse de un momento a otro, no recordaba exactamente pero en la escuela le habían enseñado que un cuerpo humano contiene tres o cuatro litros o algo así. Ya no quedaría mucho, sobre todo considerando que por lo menos un primer litro ya había salido volando junto con los sesos. Ese volumen ahora estaba repartido en cientos de puntos rojos todo por delante de ella, como en una caleidoscopio. En la otra mitad de la sala.
Volvió a pasar la vista por la parte izquierda, su lugar, y notó algunas salpicaduras en el suelo, cerca suyo. Se agachó y las frotó con un mantelito que tomó de la mesita ratona. Buscó más manchas, encontró algunas y las borroneó con el pedazo de tela hasta que desaparecieron. Miró satisfecha a su alrededor, arrojó el mantelito sucio al otro lado de la sala y volvió sobre sus pensamientos.
Se le ocurrió que podía evitar el fastidioso asunto de la limpieza si dividía el ambiente con un tabique o una cortina. Algo que ocultara de su vista la parte desagradable de la escena. Perdería luz, porque la ventana quedaría del otro lado, eso era una desventaja, pero enseguida cayó en que también la puerta de entrada estaba ahí. Si resolvía el tema así, aislando la zona desagradable, se iba a tener que quedar adentro sin salir. Y los que estaban afuera no iban a poder entrar. Y aparentemente querían hacerlo, porque en ese momento alguien empezaba a golpear la puerta con vehemencia y a tocar el timbre.
Claro, del otro lado, en el palier, la puerta está limpia, por eso quieren entrar, pensó. No saben lo que les espera acá adentro. Si el departamento tuviera una entrada de servicio todo este fastidio no sería necesario. Y todo por disparar desde este lado, de derecha a izquierda hubiera sido mejor. O desde atrás. Pero miró el televisor donde el partido de fútbol seguía su desarrollo y se alegró de no haber elegido esa opción. Era muy caro ese televisor. No, pensó, lo mejor hubiese sido al revés, desde el otro lado. El laguito de sangre ya había llegado hasta la puerta sucia por un lado, limpia por el otro. O ya no tanto, porque escuchó un chillido afuera y los golpes se renovaron, más fuertes.
Se sentó en el otro sillón, el que no estaba sucio, y cambió de canal.