(Por estos días en los que tanta gente decide tomarse el buque, buscando otras cosas me topé con esta viejísima historia de amor que no recordaba. Veo que envejeció hermosamente así que la posteo).
Dedicado a Mariela, que también la conoce.
Conozco una mujer que todos los jueves quiere dejar al marido para irse a vivir a Washington. Muy decidida, consulta el parte meteorológico de Estados Unidos, los informes de Interpol para prevenirse de los atentados, los horarios de vuelo, el precio del pasaje con escala en Acapulco, para saludar a la cría de caimanes y la cotización del dólar blue en el arbolito de la esquina. Después, prepara el curriculum vitae, escribe los mails de despedida, pone el despertador bien temprano para hacer las valijas y se va a dormir pensando en inglés, para chequear el estado del idioma.
"El amor es una zapatilla vieja" (en realidad, "Love is an old sneaker", porque ya está pensando en inglés), es lo último que traduce antes de empezar a soñar en technicolor.
Todos los viernes, la mujer se levanta y lo primero que hace es mirarse al espejo: hay que retocar el colorado porque las raíces grises ya son indisimulables. Y más: lo peor no es eso, sino que cada vez son menos grises y más blancas. Las raíces. Y que nadie va a querer darle trabajo a una ancianita canosa en Washington. Pero todo esto no sería nada si no fuera porque el único capaz de agarrar la pinceleta, el barro con olor a caca y poner manos a la obra en su cabeza sin cobrar un solo peso, es su marido, ese que todavía ronca en la cama y que ni se enteró de que las valijas bajaron desde arriba del ropero y allí volverán antes de que se despierte.
La mujer, entonces, se pone la bata más vieja, prepara una bandeja de desayuno para llevarle a la cama y ensaya un buendíííííííamor bien empalagoso. Mientras el tipo se zampa el café con leche, ella se moja los pelos y aprovecha para emprolijarse el castor, por si el coiffeur, que no cobra ni un peso pero siempre se las ingenia para cobrar, quiere cobrarle en especies.
Un ratito después, con los hombros envueltos en toalla se sienta al lado de la ventana, justo donde pega el solcito y se tapa la nariz mientras su marido agrega agüita caliente a la henna y sentencia: "bull shit".
Conozco una mujer que todos los viernes canta "aaaaaaaaal partiiiiiiiir, un bbbbbeso yun adióoooos..." mientras el marido le embadurna la cabeza con mierda de toro egipcio para que le quede de un radiante color zanahoria.