Dormir. Dormir, y despertar unos años atrás, antes de que todo lo irreparable hubiese acontecido... Eso es quería. Ya no soportaba una sóla pérdida más, era demasiado para tan poco tiempo; el alma no se llegaba a consolar, los recuerdos no terminaban de doler y, zas, otra muerte más. Ella que siempre fue pilar, sostén, compañera, quien siempre fuera la fortaleza para los suyos, ahí estaba, toda rota por dentro, tratando de recuperar fragmentos de memorias felices que alivien su pesar. Cuando estaba elaborando un duelo, cuando parecía que al fin algo de calma hallaba, otra pérdida la dejaba en foja cero, o peor, se sentía cada vez más hundida. Los años que se dedicó al espectáculo le dejaron casi tatuado el carácter de interpretar-se, de modo que no importaba cómo realmente se sintiera, qué le estuviera pasando por dentro, no importaban las circunstancias exteriores, ella interpretaba el papel de la mujer que se esperase que fuera, principalmente en el trabajo, donde era (¡tenía que ser!) ejemplo de bienestar, calma, serenidad, relajación, paz y alegría; cuando en verdad estaba hecha una furia, un estropajo mental de sentimientos, mocos y lágrimas contenidas, apretando la mandíbula para que le dejase de temblar, apretando los puños para que los brazos no cayeran flácidos por la sensación de derrota, con la espalda más que firme, rígida para que no se notase cuánto necesitaba aovillarse en un abrazo, con el pecho bien abierto para dar la impresión de avanzar segura y confiada, siendo que internamente padecía las más oscuras incertidumbres existenciales por la cruel pero inexorable ronda de la muerte en su entorno. Sí, sí, ella siempre fue muy conciente de que eso, el deceso, las despedidas para siempre, las ausencias que se hacen dolorosamente presentes, todo eso también es "parte de la vida", pero por qué tiznados justo ahora (cada vez), por qué, si desde chiquita había aprendido que "hay tiempo, mucho tiempo" y que "todo se puede lograr", y ella ponía todo de sí, y aunque supiera que no tenía absolutamente nada que ver, en el fondo sentía culpa: por no haber estado más presente, porque no se le ocurrió antes una forma más efectiva de calmar el dolor, hasta por no saber cómo ser parte de una manera más íntima. Llevaba medio año decidida a irse del país, había renovado el pasaporte, comenzó con búsquedas de trabajo en el extranjero, si total, en su tierra natal ya nada la "ataba", y en alguna ocasión ya había experienciado el desarraigo (cosa áspera, pero llevadera mientras los planes funcionaran)... Y entonces la Muerte empezó a hacerse más presente, quizás para demostrarle que no existen cosas tales como ataduras, sino profundos lazos de conexión con afectos, para sacudirla de los hombros mostrándole que aunque estuviera sola todavía tenía mucho para perder y buscando tal vez una reacción que de ninguna otra manera podría suceder. La cabeza le da vueltas, siente vértigo de la marejada de pensamientos que la atropellan, le duelen sus pérdidas por los que ya no están y nunca volverán a ser parte de su presente, y se duele ella misma, con todas las cosas que le deja esto, y aunque lo más profundo es el dolor, lo más notorio son las ganas de dormir, de atravesar umbrales Más Allá del Muro de los Sueños, y despertar tiempo atrás, antes que todo esto hubiera comenzado a suceder.
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Despertar, el adormecimiento de la razón
Despertar, el adormecimiento de la razón
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