Está bien, se supone que esto es literatura y no sé si lo que voy a escribir cabe en ese estante, pero bueno, es lo que tenemos. En todo caso, tiene la subjetividad de la confesión, así que tiene algún parentesco con la poesía aunque trataré de evitar el verso.
Soy periodista. No, no soy periodista: soy un crítico de cine que ejerce el periodismo. Hay periodistas que ejercen la crítica, también. Azares y avatares de ganarse el pan, digamos. Las diferencias entre ambas cosas son bastante notables: el periodismo es, sobre todo, informar y explicar. La opinión cuenta menos que el dato (la explicación es, también, dato). La crítica es siempre un intento (ensayo) totalmente subjetivo: lo que uno opina sobre lo que ve, cómo ve lo que vio. Las diferencias son claras: que la suma de dos números impares siempre da uno par no es opinable, la elección de Ben Affleck como Batman, sí.
Con el tiempo me enamoré del periodismo. La historia no viene a cuento. Pero en los últimos años descubrí que ya casi no se ejerce. Que la aparición de Internet y la necesidad de "sumar clics" hizo que el disfraz de la información fuese más importante que la información. Que el usuario no es como el lector: este era pasivo y aceptaba la autoridad de quien escribía; aquel busca solo lo que cree que le interesa como le interesa y no cree necesariamente en la autoridad del texto. Busca aquello con lo que está previamente de acuerdo.
Hace mil años, uno agarraba un diario y buscaba la sección que le interesaba. Pero al pasar las páginas sucedía que alguna otra cosa le llamase la atención. O leía los titulares. Se informaba (incluso precariamente) de alguna otra cosa que no era su interés inmediato. Ya no.
Lo que nos lleva al problema: como el periodismo no sabe cómo resolver esa crisis de autoridad, como la autoridad era la que lo sostenía (también, sobre todo, económicamente), ya no cumple la función que debería.
Sumemos la cuestión "militante". Se relaciona con lo anterior. Antes, en la Prehistoria, la gente leía el diario que se acercaba a su ideología. Pero -al menos en períodos democráticos- la noticia era la noticia y si alguna información era importante, se publicaba aunque le pegase a "los propios". Eso sostenía la autoridad del medio, y esa era la defensa del periodismo: no la objetividad -que no existe- sino la ecuanimidad. La diferencia entre ambas cosas no es sutil.
Pero con la crisis que causa Internet, que implica que el usuario solo busque aquello con lo que está de acuerdo, los medios comenzaron a ampliar el sesgo hasta la militancia. Si creés que X es lo mejor del mundo, buscarás a quienes sostengan esa idea. Si creés que Y es el mayor de los males, lo mismo. Alimentarás la novela subjetiva que tu sistema de ideas crea sobre el mundo con información hecha a medida. Aunque no sea cierta. Hablar de "posverdad" es una trampa en este sentido: tirarse de un quinto piso contra el asfalto redunda en muerte por sesos reventados, seas de izquierda, centro, derecha, arriba o abajo.
Sumemos, para no mirar para otro lado, quienes entendieron que esto es así y, en lugar de tratar de cambiarlo, viven de ello. Los "ensobrados", los que viven de pautas oficiales y privadas, los que alquilan la lengua y el teclado para disimular propaganda en los medios. De todos modos, esto tiene menos peso del que parece, porque, otra vez, existe Internet y quien quiere saber algo, chequea. El verdadero problema es del que no quiere saber nada más que aquello que ya (cree) que sabe.
Y entonces llegamos al punto clave: qué hacer. Por mi parte, no me siento cómodo como periodista, y la crítica de cine -ante la uniformidad absoluta de lo que se puede ver- me entusiasma cada vez menos. Antes hacer una crítica era intentar la resolución de un problema, y como decía Lezama Lima, "solo lo difícil es estimulante". Pero volvamos al periodismo: qué hacer. La primera respuesta es dejar de ejercerlo. Pero no, porque la información es necesaria. La segunda es utópica: que todos los que lo ejercemos nos pongamos de acuerdo en un pacto de ecuanimidad. No va a suceder.
Lo que queda es ejercer la curaduría de la información. Tomar la masa ingente de información variada, sesgada, falsa, falaz o acertada y curarla. Seleccionar el dato, chequear (chequear, chequear, chequear) y explicar sin esperar convencer. Es un desafío nuevo, pero también una oportunidad poderosa. Hay quienes lo hacen pero hoy permanecen en segundo plano.
Y hay otra cosa: evitar la espectacularidad. La información será o no relevante de acuerdo con quien la reciba. Disfrazarla de clickbaits, de coloritos o centrarse en lo pintoresco -pero no siempre importante- para llamar la atención simplemente destruye la información y mantiene el sesgo, la posverdad, la imposibilidad de pisar terreno firme y tomar decisiones sobre lo que realmente es.
Por mi parte, es mi ganapán y lo seguiré ejerciendo tan mal o tan bien como hasta ahora. Pero cada vez con más tristeza, menos pasión y menos amor, esa cosa tan frágil.
"Si creés que X es lo mejor del mundo, buscarás a quienes sostengan esa idea": típico de las burbujas en las que nos empantanamos en Twitter.
Al que le interese leer sobre este 'sesgo de confirmación' y los muchos sesgos y falacias cognitivas en las que nadamos, pueden guglear.
Eh, uh, D'Espósito, se ve en forma alevosa como Soros, La Internacional Socialista, el sionismo, la Liga Machirula y Ben Affleck te tienen ensobrado,