Es de un verano
en Tres Arroyos,
tendríamos diecisiete años
y cierta mezcla de urgencia y temor
frente al futuro.
Estamos todos sonrientes
algunos haciendo payasadas,
menos Marcos
que mira hacia quién sabe
qué pasado,
las melenas despeinadas,
la ropa sucia y la euforia
son los restos de la fogata en el mar.
Ese verano exprimíamos las noches
y la amistad,
sin siquiera sospecharlo
sellábamos los recuerdos de una época,
mientras un volcán silencioso
nos vomitaba a cada uno
e íbamos cayendo,
como trapecistas novatos,
a un punto de partida.
Es curioso;
la foto también
fue perdiendo el color.