Mi nombre es Lulú y soy auxiliar de laboratorio. Hasta hace unos meses me desempeñaba como parte de un grupo de investigación en terapia genética. Guardo hermosos pero a la vez escasos recuerdos de aquellos días, tengo la certeza de que fueron largos años de dedicación al trabajo y sin embargo la primera referencia que logro evocar es el dolor terrible de un pinchazo que me atravesó la médula y desencadenó un torrente de lava por mi espalda, a la vez que disolvía una nube de confusión que parecía habitar mi cabeza hasta ese momento. Todavía me estremezco al recordarlo, pero después de eso todo fue armonía. Los auxiliares éramos tratados a cuerpo de rey, nos reconocían como la esperanza de la humanidad y nos brindaban todo tipo de cuidados y atenciones. Por aquellos días pude ver en el libro de investigaciones que tengo el honor de compartir el ADN con un prestigioso científico bioelectrónico, aunque nunca supe su nombre ya que estaba consignado en clave. Pero la época de gloria duró poco, pronto sobrevino un cambio de autoridades, se acabaron los subsidios, nuestro viejo director fue jubilado y se decidió desmantelar el instituto. Con una corta y muy emotiva ceremonia, todo el personal se despidió de sus colegas. Los auxiliares, divididos en grupos, fuimos reasignados a otros destinos, a los que partimos ese mismo día.
Así fue como algunos de mis compañeros y yo llegamos hasta aquí. El traslado se hizo rápido, y sin embargo, aquel corto viaje fue el comienzo de un descenso al más inimaginable de los infiernos. No hay que ser un científico sagaz para darse cuenta de que este laboratorio no tiene ni una ínfima parte de la calidad y el prestigio de nuestro querido instituto, y para colmo no tardamos en enterarnos de que las actividades aquí son prácticamente ilegales y clandestinas. Porque aquí no se investiga, señores, aquí se practica lisa y llanamente la tortura. Aquí los auxiliares somos auténticos prisioneros de un tirano enano y caprichoso que nos somete a toda clase de tormentos y martirios ya sea por placer, por diversión o por simple aburrimiento.
Desde nuestra llegada el nuevo director nos ha demostrado sus perversas inclinaciones y su inagotable creatividad para ejercer el sadismo. Todos mis compañeros han sido sacrificados mediante amputaciones, inyecciones, comida contaminada, descargas eléctricas, y macabros dispositivos de ejercitación continua. Los he visto luchar hasta el final, los he visto morir a todos. La última víctima fue mi pareja, a quien la bestia se llevó hace un par de días, en medio de las convulsiones producidas por unas misteriosas sustancias de colores y olor a amoníaco. Nunca volvió, el libro de investigaciones consigna algo relacionado con las microondas pero no logro leerlo completo debido a que mi habitación está rodeada de un mecanismo eléctrico que me impide acercarme a las ventanas. No sé cuándo me va a tocar a mí, pero presiento que no me queda demasiado tiempo. Ahora que estamos solo él y yo, el director ha concebido su primer acto de sadismo hacia mí y me ha bautizado con este nombre aberrante con el que me identifica. Pero yo le voy a demostrar que, aunque mis cromosomas digan lo contrario, soy un hámster macho con los huevos bien puestos y que corre por mis venas la sangre de un científico consagrado. Hoy cuando venga a buscarme para su próximo experimento, hoy cuando abra mi celda con la idea de someterme al nuevo delirio de su mente enferma, hoy mismo va a saber en carne propia lo que es sufrir una descarga. Cuando él crea que está desactivando el cerco que me rodea estará conectando su propia trampa mortal. Le voy a dar un poco de su propia medicina, solo que esta vez no van a ser los escasos volts de una pila alcalina sino todos los doscientos veinte que salen del enchufe que tengo acá atrás, del otro lado de los barrotes. Es increíble lo que logra una mente brillante con la sola ayuda de sus dos manos y un par de incisivos bien afilados.
Mi nombre es Lulú y ésta es mi confesión: voy a matar al Director y vengar a todos mis compañeros. Tengo la conciencia limpia y estoy preparado para lo que venga. No le tengo miedo a la cárcel, toda mi vida la pasé encerrado. Hasta mi propio cuerpo resultó ser una jaula.
Me encantó